Entorno

La trampa del algodón orgánico

El algodón orgánico se ha convertido en sinónimo de sostenibilidad, pero escándalos de falsificaciones en India y de trabajo esclavo en China ponen en entredicho esta materia prima.

Iria P. Gestal/ Pilar Riaño

9 abr 2021 - 05:00

La trampa del algodón orgánico

 

 

El 19 de septiembre de 2015, la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos acusó al grupo Volskwagen de trucar algunos de sus vehículos diésel más vendidos para evitar los límites de las emisiones de CO2. El escándalo, que ha pasado ya a la historia como el dieselgate, desplomó las acciones de la compañía alemana y puso en jaque a todo el sector del automóvil. Ahora, la moda está al borde de un shock de reputación al menos de la misma magnitud. Sólo que si Volkswagen hacía piruetas para engañar a las autoridades, el sector estructura su aprovisionamiento para convencer al consumidor de que es más sostenible, a menudo con un sobreprecio. El algodón orgánico, la gran promesa de la sostenibilidad, esconde detrás una trama de falsificaciones y engaños que toda la industria conoce y que, si llega al consumidor final, pondría en jaque la transformación de un sector que a duras penas comenzaba a librarse de las manchas del pasado.

 

El algodón orgánico se ha convertido en una de las principales palancas de la sostenibilidad en la  industria la moda. A diferencia de otras estrategias más sofisticadas (como close the loop o reciclaje) el cliente entiende rápidamente que esta materia prima es mejor, más verde y más responsable que el algodón tradicional. Su uso se ha repetido como un mantra en todas las estrategias de los gigantes y en sus objetivos medioambientales a corto plazo.

 

El problema es que, a diferencia del dieselgate, en la moda, aunque el caso se destapara a gran escala, sería casi imposible decir qué empresas, o incluso qué prendas, están manchadas por el fraude y cuáles no.  ¿Qué ocurriría si al consumidor le dijeran que el algodón orgánico que tiene en el armario no lo es? ¿O que está producido con mano de obra esclava? ¿Volvería a creer al sector cuando le hablase de sostenibilidad si aquello en lo que ha basado su comunicación eco es, en realidad, un gran entramado en el que es difícil diferenciar qué es verdad y qué no?

 

 

 

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La trampa del algodón orgánico

 


 

Aunque llevaba años siendo un secreto a voces en el sector, varios hechos en 2020 colisionaron para formar la tormenta perfecta. En octubre, Gots, una de las principales certificaciones de fibras sostenibles, reconoció que más de 20.000 toneladas de algodón en India habían sido certificadas como orgánicas cuando en realidad no lo eran. El escándalo llegó justo cuando la demanda de algodón orgánico estaba en plena explosión debido al acelerón de la sostenibilidad durante la pandemia, lo que presionó todavía más la oferta. En paralelo, los medios comenzaron a llenarse de noticias sobre otro escándalo que afectaba directamente al algodón: las acusaciones de explotación en la región china de Xinjiang, donde la minoría uigur trabaja en condiciones forzadas en las plantaciones de algodón, motivaron el veto de Estados Unidos a las importaciones de algodón de la región, comunicados en cadenas de las grandes marcas y, finalmente, ya en 2021, el boicot a buena parte de la moda occidental en China.   

 

La moda se enfrenta a una de las mayores crisis de reputación desde el Rana Plaza, que puede poner en jaque la mayor transformación a la que se ha enfrentado la industria en las últimas décadas. Pero, como en el ajedrez, el sector parece estar en posición zugzwang: si mueve, pierde.

 

 

 

 

Cómo hemos llegado hasta aquí

Sin transgénicos. Sin pesticidas. Sin químicos. Y, con suerte, también socialmente responsable. El algodón orgánico es el santo grial de la sostenibilidad, la palanca sobre la que se apoyaba una nueva era en el sector textil y de la moda. La vuelta a los orígenes después de años de escándalos que comenzaron con el informe Trapos Sucios de Greenpeace en 2011 y tuvieron su momento cumbre en la catástrofe del Rana Plaza de 2013.

 

Desde entonces, los grupos de moda, gigantes y pequeños, han hecho grandes avances en sostenibilidad, con auditorías de proveedores, fondos para mejorar la seguridad en las fábricas y control hasta el denominado tier 2, el segundo nivel de socios en la cadena de valor. Pero nada de eso llega al consumidor final. El algodón orgánico sí.

 

No es la materia prima más sostenible, ni mucho menos la más fácil de trazar, pero sí la más sencilla de comunicar, en parte porque la alimentación lleva ya muchos años trabajando el terreno de lo orgánico. En la mente del consumidor, poliéster reciclado puede sonar algo más responsable, pero la palabra orgánico le recuerda a tomates que saben a tomate y huevos de gallinas criadas en libertad.

 

Lo cierto es que el algodón, como toda la agricultura, ha sido orgánico durante la mayor parte de sus 4.000 años de historia. No había fertilizantes, ni pesticidas ni tecnología para modificar genéticamente las semillas, que son las tres cualidades que diferencian el algodón orgánico del que no lo es. Los pesticidas comenzaron a implantarse a gran escala en la década de los cincuenta, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando empezó a industrializarse la agricultura en todo el planeta. No fue hasta finales de la década de los noventa y principios de los 2000 cuando la agricultura orgánica, y con ella el algodón, se puso en el mapa. Una de las primeras iniciativas fue la impulsada por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, que tras el Organic Foods Production Act de 1990 impulsó varios estándares nacionales que culminaron con el denominado National Organic Program. En Europa, Turquía fue uno de los primeros países en desarrollar un enfoque más filosófico hacia la agricultura orgánica.

 

 

 

 

En 2002 se creó el Global Organic Textile Standard (Gots), una organización impulsada por la International Association Natural Textile Industry (IVN), la Organización de Algodón Orgánico de Japón (Joca), la Asociación de Comercio Orgánico (OTA) y la Soil Association (SA) con el objetivo de armonizar los estándares de algodón orgánico. Cuatro años después, crearon el Global Organic Textile Standard, que continúa siendo la referencia en el sector.

 

Otro punto de inflexión fue la creación en 2002 de Textile Exchange, una organización que echó a andar bajo el nombre de Organic Exchange para promover el uso de algodón orgánico, aunque desde entonces ha diversificado para incluir una cartera más amplia de las denominadas fibras preferenciales o preferred materials. Mientras, la agricultura transgénica continuaba ganando terreno. En India, que concentra casi la mitad de la producción mundial de algodón, el peso de las semillas genéticamente modificadas (GMO, por sus siglas en inglés) pasó de ser irrelevante en 2000 a copar casi del 95% seis años después, impulsada principalmente por Monsanto, uno de los mayores grupos de biotecnología agrícola y pionero en el desarrollo de tecnología, hoy en manos de la farmacéutica Bayer.

 

 

 

 

Es difícil situar en qué año las grandes compañías de distribución de moda comenzaron a interesarse a gran escala por el algodón orgánico, aunque a juzgar por los informes anuales de los mayores grupos del sector fue a partir de 2010. En el informe anual de Inditex de 2009 no hay ninguna mención al algodón orgánico. En la de 2011, aparece cuatro veces, y en la de 2019, diez.

 

H&M pasó de decir, en 2009, que una “pequeña pero creciente” cuota de sus prendas se fabricaba con algodón orgánico a proclamar dos años después que era el mayor consumidor de algodón orgánico del mundo, según datos de Textile Exchange. Con el tiempo, C&A le arrebató la primera posición.

 

“El problema es que la inversión no fue pareja al incremento de la demanda, y la demanda superó la oferta”, recuerda Crispin Argento, exdirector de Organic Cotton Accelerator y actual director general de The Sourcery, una organización especializada en la transparencia y la sostenibilidad en el sector de las fibras naturales.

 

Hoy, el algodón orgánico representa menos del 1% de la plantación total de algodón en el mundo. Pero gigantes del retail aseguran emplearlo en porcentajes que rozan el 100%. ¿Cómo es posible? “No lo es, y toda la industria lo sabía, pero se negaba a afrontarlo hasta que le explotó en la cara”, asegura un empresario español del sector de la hilatura.

 

 

 

Un secreto a voces

Todo estalló en octubre de 2020. Después de varias acusaciones de fraude sistémico en las certificaciones de Gots, la organización acometió una auditoría que reveló que más de 20.000 toneladas métricas de algodón en India habían sido certificadas como orgánico sin serlo, creando códigos QR falsos que dirigían a una web clonada de la autoridad india para la exportación de artículos agrícolas (Apeda), cuyos certificados son admitidos por Gots.

 

No fue la primera vez que se descubría una falsificación, pero sí de esta envergadura: Apeda calificó el escándalo como un fraude “a escala gigantesca”. 

 

El certificado Gots garantiza que hay segregación física entre algodón orgánico y convencional en cada paso de la cadena de valor, que el uso de químicos en los procesos húmedos no incluye determinadas sustancias consideradas perjudiciales y que los proveedores cumplen con los estándares de la Organización Internacional del Trabajo (ILO). “Es imposible certificar todo esto con una única auditoría al año, con una visita de uno a tres días”, apunta un ejecutivo del sector. Además, este estándar evalúa el proceso, pero no llega a la granja.

 

El otro organismo independiente que certifica el algodón orgánico es Organic Content Standards (OCS), que se aplica a cualquier producto no alimentario que contenga entre un 95% y un 100% de materia orgánica, sin tener en cuenta el impacto medioambiental durante el proceso ni el carácter social. 

 

 

 

 

Aunque el caso ganó notoriedad por el comunicado del año pasado, la prensa especializada ya se había hecho eco de falsificaciones detectadas por Gots en China en 2011, aunque entonces no se comunicó la cantidad. “Hace al menos tres años que en el sector se habla de las certificaciones”, reconoce un ejecutivo del sector. “Si Gots dice que son 20.000 toneladas, multiplíquelo por cuatro o cinco y tendrá una idea más aproximada del problema”, añade. “Encontrar algodón orgánico es muy fácil, sólo tienes que saber a quién preguntar; ¿cuánto quiere? ¿5.000 toneladas? ¿10.000? Pregunte a las personas correctas en India y lo consigue, es sólo un papel, ese es el problema”, explica otro experto que lleva décadas trabajando en el sector del algodón y las fibras sostenibles.

 

“Nuestro sistema ha sido atacado y nosotros hemos luchado”, responden desde Gots. “Unos pocos delincuentes no van a destruir el fuerte y vibrante sector orgánico”, añaden. La organización explica que lleva años desarrollando una base de datos global y centralizada para poder “detectar y eliminar fuentes de error, que son principalmente humanos, lo antes posible”. “Con la base de datos, también podremos prevenir incidentes de fraude, como el de India, en el futuro -continúa-; a pesar de que esto fue una amarga experiencia para nosotros, estamos emergiendo de ella más fuertes que antes”.

 

Sólo desde 2012, la producción de algodón orgánico se ha más que duplicado, pasando de 107.000 toneladas en la temporada 2012-2013 a 181.000 en la 2017-2018 y casi 240.000 en la 2018-2019, la última de la que hay datos disponibles. Según datos de Textile Exchange, hay 222.134 granjeros de algodón orgánico en el mundo, que suman 418.935 hectáreas de tierra certificada para la agricultura orgánica. A ellos hay que añadirles otras 55.833 hectáreas que están en proceso de conversión, insuficiente para satisfacer la demanda. En paralelo, el número de fábricas certificadas como Gots se ha disparado un 30% en los últimos tres años, alcanzando 10.388 plantas en 2020.

 

Detrás del escándalo se encuentra un problema sistémico en el que confluye la falta de oferta, la creciente demanda y unos intermediarios, las certificadoras, que hacen caja dando aprobados al ritmo que exige la industria.

 

 

 

 

 

¿Cuánto cuesta una palabra?

El algodón orgánico es, en la práctica, como una marca ingrediente. Una etiqueta que, igual que Swarovski o Gore-tex, promete al consumidor final unos estándares de calidad o cierta aspiracionalidad, sólo que en este caso quien cobra el diferencial de precio no es quien produce sino quien certifica.

 

El negocio global de las certificaciones de algodón orgánico genera más dinero que las ventas de algodón orgánico”, asegura un experto con experiencia en patronales internacionales del sector. “El granjero ni sabe que está produciendo algodón orgánico, no está incluido en el proceso ni cobra nada por ello; quizás lo sepan en Estados Unidos y en otros sistemas industrializados, pero no en India o Pakistán, que es de donde procede la mayoría del algodón”, añade el mismo ejecutivo. “Dos certificadoras ganan más dinero que cualquiera en la cadena de valor”, critica un empresario español del sector de la hilatura.

 

Esa cadena de valor, en el caso del algodón orgánico, comienza en el distribuidor de moda, Inditex, C&A o H&M, que pide a su proveedor de prenda que le sirva algodón orgánico. El de prenda busca entonces un proveedor de tejido que le ofrezca algodón orgánico certificado. Este debe a su vez recurrir a hilaturas certificadas para comprar fibras certificadas, y estas, a su vez, compran las balas de algodón a traders que también se lo certifiquen. Son esos traders, compañías como Olam International o Louis Dreyfus Commodities, quienes se encargan de que la granja que cultiva el algodón haga sólo algodón orgánico, para evitar la contaminación. A veces, la vía se acorta un poco, si la marca de moda escoge a un proveedor de hilatura y lo “nomina”, aunque es poco habitual que lo compre directamente.

 

En cada paso del camino, se paga a una certificadora. La mayor de todas ellas, que según distintas fuentes copa hasta un 70% del mercado de certificaciones de algodón orgánico, es Control Union. La empresa echó a andar de la mano de cuatro socios europeos especializados en el sector agrícola y más tarde se fusionó con Peterson, una compañía de Países Bajos fundada en 1920 y especializada en sus inicios en la inspección de granos de cereal. El grupo continúa en manos de las familias fundadoras, por lo que se desconoce su facturación, emplea a 4.000 personas en todo el mundo y está presente en setenta países.  Bio Inspecta, Ccpb, Ceres, Eccocert, Etko, GCL International y USB son otras de las certificadoras aprobadas por Gots, aunque de las quince de la lista sólo ocho llegan hasta el tier 4 (la hilatura).

 

Por cada certificado, una pyme, que son mayoría en la industria de la moda, paga entre 2.000 euros y 5.000 euros al año, además de una cuota anual que varía según las fábricas analizadas y el tipo de auditoría que requiere el certificado. De media, sólo lo que se paga por los certificados de Gots (sin contar las cuotas) generaría unos ingresos de entre veinte millones y cincuenta millones de euros para las certificadoras.

 

 

 

 

Más cultivo

Si el problema es la falta de demanda, ¿por qué no se cultiva más algodón orgánico? En primer lugar, porque lleva tiempo. En función de cómo estén los campos en cuanto a químicos, la transición puede tardar entre dos y cinco años. Además, requiere un tipo particular de clima, y hace falta inversión.

 

Pero aunque se cultivase más algodón, el problema continuaría residiendo en la trazabilidad. El control de proveedores más allá del tier 1 (el fabricante al que se compra la prenda terminada) es relativamente reciente, y para saber que la granja está produciendo algodón orgánico habría que llegar hasta el tier 5 (la granja).

 

“Hoy en día, para una marca es prácticamente imposible saberlo si compra prenda terminada; aunque fuera a comprar directamente el algodón a la granja, sería complejo, porque necesitaría acudir a varios agricultores diferentes”, reconoce Gary Adams, consejero delegado del US Cotton Trust Protocol y presidente del National Cotton Council de Estados Unidos.

 

Con todo, hay países que sí ofrecen más garantías, pero la capacidad todavía es pequeña. La española Organic Cotton Colors, por ejemplo, se aprovisiona principalmente en Turquía y Brasil, aunque en este último muchas certificaciones locales no son reconocidas por Gots, lo que incrementa el coste. Turquía es también el país del que importa Belda Llorens, especializada en hilo reciclado y que hace unos años comenzó a producir también orgánico ante el aumento de la demanda.

 

Turquía tiene una cuota de sólo el 10% en el mercado global del algodón orgánico, frente al 51% de India y el 17% de China y a la par con el 10% de Kazajistán. En la campaña 2018-2019, India fue también, de lejos, el país que más contribuyó al crecimiento de la producción, con 37.138 toneladas más que el año anterior, seguida de Turquía, Tayikistán, China y Uganda.

 

El segundo mayor productor, China, está además manchado por otro escándalo a gran escala que va mucho más allá del algodón orgánico y que también estalló en 2020. Organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) junto con Gobiernos, académicos y organizaciones no gubernamentales han denunciado que en la región de Xinjiang el Gobierno de Xi Jinping somete a la minoría musulmana de los uigures a trabajos forzados, campos de “reeducación” y medidas drásticas de control de la natalidad, además de otras violaciones de los derechos humanos. Esta región copa un 85% de la producción de algodón de China y el 20% de oferta mundial. Buena parte de ese algodón termina en fábricas textiles y de confección chinas, por lo que para las empresas de moda que se aprovisionan en el país a menudo es difícil rastrear el origen de la materia prima.

 

 

 

 

Pekín argumenta que son centros de formación profesional y que los internos acceden a ellos voluntariamente, pero en diciembre de 2020 un informe publicado por el think tank estadounidense Center for Global Policy reveló que más de 570.000 uigures estaban siendo forzados a trabajar en campos de algodón, y más de un millón estaban presos. A penas un mes después, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos prohibió todas las importaciones de algodón de la región.

 

Las reacciones se sucedieron en efecto dominó y marcas como PVH, Fast Retailing, Burberry, Gap o incluso Inditex (aunque su comunicado ya no está visible en Google) condenaron lo que el Gobierno de Estados Unidos calificó de genocidio, y algunas como H&M o Nike dijeron públicamente que no empleaban algodón de la región o dejarían de hacerlo. China ha respondido con boicots y H&M ha sido incluso eliminada de las plataformas de comercio electrónico del país y al menos seis de sus tiendas han sido forzadas a cerrar por sus caseros.

 

 

 

 

 A finales de marzo, la ONU volvió a posicionarse e hizo un llamamiento al sector a “examinar su cadena de valor”.  “Los trabajadores uigures han sido presuntamente empleados a la fuerza en industrias muy intensivas en mano de obra poco cualificada como la agroindustria, los sectores textil y de la confección, automotriz y tecnológico”, afirmó Dante Pesce, presidente del grupo de trabajo de las Naciones Unidas. La entidad recopiló información que relacionaba a más de 150 empresas, chinas y extranjeras, con “serias alegaciones de abusos contra los derechos humanos”.

 

Este escándalo, sumado a la mayor exigencia en las certificaciones tras descubrirse las falsificaciones en India y a los problemas en la cadena de valor por las disrupciones causadas por el coronavirus, ha constreñido todavía más la oferta de algodón orgánico y ha disparado los precios, en lo que un ejecutivo del sector llama “la gran escalada”.

 

El diferencial de precios era ya alto antes de la pandemia. Las semillas de algodón orgánico oscilaban entre 425 dólares y 600 dólares por tonelada. El convencional se vendía a entre 165 dólares y 210 dólares por tonelada, según un informe elaborado el pasado agosto por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos. En los últimos meses, los precios se han duplicado. En las fibras, la diferencia entre orgánico y convencional ha pasado de entre cuarenta y cincuenta céntimos a rozar el euro. En la prenda final, ha pasado de entre diez y quince céntimos por prenda a superar los treinta céntimos.

 

Y eso teniendo en cuenta que los precios de todo el algodón, que cotiza en el mercado de futuros, también se han disparado. “El año pasado se pegó un gran batacazo y ahora ha habido un efecto rebote que le ha llevado a superar ya los niveles pre-Covid”, explica un directivo del sector.

 

Este impacto de precios ha sido el suficiente para que grandes grupos de distribución hayan comenzado ya a considerar usar otras materias primas sostenibles, como el algodón reciclado. “Es una cuestión de ser muy transparente, no creo que el cliente esté esperando que todo tenga que ser orgánico”, asegura el director de compras de un grupo español de moda.

 

 

 

 

La solución

La transición hacia otras materias primas podría ser una de las vías de la industria de la moda para salir de la encrucijada, y los grandes operadores se están moviendo ya en esa dirección. Inditex, por ejemplo, ya se cubrió las espaldas en 2019, cuando anunció su nueva batería de objetivos sostenibles. El grupo se fijó la meta de que en 2025 el 100% de su algodón sea de tres tipos: orgánico, Better Cotton Initiative (BCI) o reciclado.

 

El BCI es una entidad dedicada a la promoción de cultivos sostenibles de algodón en entornos socialmente responsables, más respetuosos con el medio ambiente y económicamente sostenible, pero no orgánico stricto sensu. El objetivo de la plataforma era que para finales de 2020 cinco millones de agricultores, el equivalente al 30% de la producción mundial, hubieran hecho la transición.

 

Por cada kilo de fibra de algodón vendido por los desmotadores que participan en el programa, los miembros de BCI (que van desde hiladores a comerciantes) obtienen una Unidad Atribuida de algodón Better Cotton (Bccu). Después del desmote, BCI utiliza un sistema de balance de masa para validar la cadena de custodia en el que los proveedores sólo deben registrar el volumen de sus compras y ventas en relación al algodón Better Cotton, pero no tienen que segregarlo físicamente.

 

Es decir, que el algodón que termina en la prenda de una marca miembro de la plataforma no tiene por qué ser necesariamente más responsable, pero sí demuestra que esa firma está apoyando la transición global del sector. El BCI es, por tanto, una especie de comunidad en busca de un futuro mejor.

 

Marks&Spencer, que fue pionero en el uso de algodón orgánico en Europa, emplea desde 2019 únicamente algodón certificado BCI. Actualmente, de toda la producción de algodón en el mundo, un 0,93% es orgánico, frente al 11,4% que está certificado como BCI. Teniendo en cuenta además el algodón que pasaría las condiciones de BCI, esté o no certificado, la cuota llega al 21,91%. Sin embargo, compañías como H&M están optando por el proceso contrario y priorizando otros tipos de algodón, bajo la denominación de sostenible.

 

 

 

 

El algodón reciclado es la vía por la que se están decantando ya la mayoría de grandes operadores, pero el problema es que no hay todavía suficiente capacidad en el mercado para dar respuesta a la demanda y, además, depende de las mismas certificadoras.

 

Aun así, los productores especializados (como Hilaturas Ferre o Belda Llorens, en España) prevén que la oferta aumente, favorecida también por la directiva que prepara la Unión Europea sobre circularidad, con la que pretende obligar a recoger todos los residuos durante la cadena de valor, incluyendo los de posconsumo, y darles una nueva vida siempre que sea posible. En el marco de esta medida, la patronal europea del textil y la confección, Euratex, prepara ya la puesta en marcha de cinco hubs de reciclaje textil en cinco países europeos, entre ellos España.

 

Otra de las opciones sería virar los esfuerzos hacia la que en realidad es la materia prima más utilizada de la industria de la moda, el poliéster. De hecho, el poliéster representa el 52% del total de fibras producidas en el mundo, frente al 23% del algodón. El resto se reparte entre fibras celulósicas (con un 6,4%) y en menor medida lana, seda y otras.

 

Actualmente, el 14% del poliéster producido ya es reciclado, aunque esta materia prima también presenta sus propias limitaciones. Por un lado, depende también de las mismas certificadoras que acrediten estándares como el Global Recycled Standard (GRS), el Recycled Claim Standard (RCS) o el SCS Recycled Content Standard. Además, presenta un problema mayúsculo de márketing: tras años comunicando el algodón orgánico como el súmmum de la sostenibilidad, habría que convencer al cliente que una materia prima procedente del petróleo, de menor calidad y que además es reciclada, es en realidad la mejor opción. Pero no sería la primera vez: en 2011, cuando el algodón registró una subida de precios récord, todos los gigantes de la moda llenaron sus colecciones de poliéster para minimizar el impacto en el margen, aunque entonces fue un cambio temporal.

 

Aún así, hay varias fuerzas, además del problema con el algodón, que están impulsando en esa dirección: el pasado febrero, Textile Exchange y el Fashion Industry Charter for Climate Action de las Naciones Unidas se aliaron para lanzar una nueva iniciativa para impulsar el uso de poliéster reciclado. El objetivo es que el uso de esta materia prima en la industria de la moda pase del 14% actual al 45% en 2025, lo que agrandaría todavía más su distancia con el algodón orgánico.

 

Además, tanto el poliéster reciclado como el BCI apenas presentan un sobrecoste para el distribuidor final. En este escenario, la mejor solución, aunque la más compleja, pasa, pues, por mejorar la trazabilidad y asegurarse que, independiente de la materia prima que se use, esta sea lo que luego en la tienda se dice que es.

 

Dentro del algodón orgánico hay varios proyectos piloto que incluyen el uso de blockchain, marcadores de ADN o microbiomas para aumentar el control a lo largo de toda la cadena de valor, aunque todavía están en una fase inicial. El que más apoyo ha recibido es el Organic Cotton Traceability Pilot, impulsado por Fashion for Good, C&A Foundation y el Organic Cotton Accelerator, de la mano del socio tecnológico Bext360, que está destinado a explorar el uso del blockchain y la tecnología basada en el ADN para la trazabilidad específicamente del algodón orgánico. Kering, Zalando y PVH también han respaldado económicamente la iniciativa.

 

La moda está en un callejón sin salida en el que la única vía posible es chocarse y darse la vuelta. Pero cualquier resultado será peor a que sea el consumidor quien le estrelle. Si algo han enseñado al sector las crisis reputacionales, propias y ajenas, es que el cliente puede pasar por alto desastres, catástrofes y crisis de todo tipo, pero no que le mientan. En esta ocasión no está en juego un incendio de mala prensa que pueda extinguirse un par de días, sino años de inversión y esfuerzo hacia una mejor industria de la moda.

 

Aunque parece que el algodón orgánico lleva a la estrategia sostenible de la moda hacia el zugzwang, la crisis actual podría también ser un revulsivo hacia una estrategia mejor y un futuro más verde, igual que la catástrofe del Rana Plaza obligó a la industria a buscar un aprovisionamiento más sostenible desde el punto de vista social.