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Menos ‘french’ pero mucho ‘kiss’

9 mar 2011 - 00:00

Mario Core. París.- París aún vale una misa, pero los extranjeros rezan con más fervor. La semana del Prêt-à-porter cierra hoy en la capital francesa con el regusto amargo del escándalo Galliano, un sobrio desfile de Chanel que enfrió al público más exigente, y la sensación de que los modistos menos conocidos (y por lo general extranjeros) sedujeron más y mejor que nunca. O que tuvieron más margen para lucirse, según como se mire.

La defenestración expeditiva de Galliano (hasta hace unos días semidiós del Olimpo de la costura) marcó inevitablemente la semana, a pesar de que el presidente de Christian Dior Couture, Sidney Toledano, tratase de zanjar la polémica  con un contundente discurso sobre los valores de la firma, al inicio de su desfile.

 

La colección pudo estar a la altura del prestigio de la marca (y de hecho lo estuvo), pero los titulares no mencionaron ni una palabra de la propuesta. Meses de trabajo tirados por la borda.

 

El desfile de Chanel, otro de los grandes clásicos, no logró conquistar a los más expectantes. De hecho, tan poco convencieron las prendas, que la ex supermodelo exclusiva de la marca, Inès de la Fressange, se prodigó delante de las cámaras para opinar que “no era la colección más bella” de Lagerfeld, y esperar que en la boutique “no todo sea negro”.

 

Por su parte, el desfile John Galliano para John Galliano se presentó casi a puerta cerrada, en ausencia del modisto gibraltareño que se supone que está en una clínica de desintoxicación en Estados Unidos.

Con este panorama, y salvando las distancias, no es de extrañar que marcas más discretas vieran este año un camino menos abrupto que de costumbre para promocionar su visión de la costura.

 

Fue el caso de las españolas Amaya Arzuaga y Estrella Archs, pero también del israelí Alber Elbaz,  la portuguesa Fátima Lopes, o el dúo holandés de origen indio Peachoo Datwani y Roy Krejberg, entre otros nombres.

 

La burgalesa Arzuaga apostó con inventiva por los vestidos minis, los plisados y las transparencias, inspirada en el movimiento etéreo de las mariposas y en un curioso ejercicio de introspección según el cual los vestidos deben reflejar el interior de una persona.

 

La catalana Archs volvió a tratar “el movimiento y la libertad” como leit motiv, con el uso de prendas cerradas con imanes, sin botones ni cremalleras, para darles un mayor movimiento, y formas y colores que recordaban al mundo de la tauromaquia. Fue una puesta en escena especialmente estética, conducida por dos decenas de bailarinas de la Ópera Nacional de París y del célebre cabaret parisino Crazy Horse.

 

Por su parte, Elbaz aportó el toque sosegado con una presentación minimalista al pie de un árbol gigantesco, mientras que la diseñadora lusa Lopes optó por una colección en negro y blanco que la obligó a trabajar las formas con un resultado suculento, lo que dio lugar a unos trajes con acabados futuristas. Los patrones de corte de la portuguesa, una veterana de las pasarelas parisinas, recordaron de hecho a los de Issey Miyake, quién desplegó su arte con vestidos basados en la técnica del origami.

 

Asimismo, el tándem Peachoo+Krejberg recurrió a modelos extremadamente altas y delgadas para un desfile en el que lo misterioso y lo tétrico se conjugaron en una mezcla interesante, consonante con el decorado: el aparcamiento de coches en el que se desarrolló la muestra.

 

Una semana y noventa desfiles después, las propuestas variopintas de los pequeños diseñadores extranjeros evidenciaron una vez más que la falta de recursos agudiza el ingenio, y que no hay rey que pueda adormilarse sin que ganen terreno los aspirantes al trono. Galliano, por su parte, es la prueba fehaciente de que ningún dios es inmortal.