Look

Azzedine Alaïa, el rebelde que rechazó a los grandes

29 jun 2011 - 00:00

Modaes.- Se ha atrevido a decir que la historia de la moda no recordará a Anna Wintour o que Karl Lagerfeld es una caricatura. Y, además, ha rechazado la oferta de Dior para suceder a John Galliano. El tunecino Azzedine Alaïa va en contra del sistema actual de la moda. Y, sin embargo, continúa en activo tras estar en la cresta de la ola en los años ochenta.

La mini stretch, los pantalones ciclista y el bodysuit causaron furor en los años ochenta. Y todos ellos fueron impulsados por Alaïa y por las mujeres que los vistieron. Las cantantes Tina Turner y Madonna y la modelo Raquel Welch fueron algunas de sus más fieles seguidoras.

 

Nacido en 1970 en Jemmal (Túnez), el diseñador se introdujo en el mundo de la moda de forma autodidacta. Sus padres eran granjeros, pero una amiga francesa de su madre le suministraba ejemplares de Vogue.

 

Tras graduarse en la Escuela de Bellas Artes de Túnez (donde mintió sobre su edad para poder ingresar y especializarse en escultura), Alaïa empezó a trabajar como ayudante de costura. En 1970, cuando ya había realizado algunos trabajos por su cuenta, se trasladó a París.

 

Christian Dior, Guy Laroche y Thierry Mugler fueron las casas donde se formó el tunecino, hasta que en 1970 puso en marcha su propio atelier en un pequeño apartamento. Durante veinte años, Alaïa recibió a sus selectas clientas (desde Marie-Hélène de Rothschild hasta Greta Garbo) en esta ubicación.

 

No fue hasta 1980 cuando produjo su primera colección de prêt-à-porter. Sus diseños, impulsados por dos de las editoras más influyentes de la época (Melka Tréanton y Nicole Crassat), empezaron a ser vendidos por Bergdorf Goodman en Nueva York y Beverly Hills.

 

A finales de los ochenta, cuando su fama se encontraba en un punto álgido, Alaïa abrió tiendas en Nueva York, Beverly Hills y París.

 

Pero el inconformista diseñador se alejó de los tumultos a mediados de los noventa, tras la muerte de su hermana. Alaïa continuó vistiendo a clientas selectas, pero de nuevo en un pequeño espacio de París donde instaló su taller, su tienda y su showroom.

 

En el año 2000, vendió su empresa a Prada, aunque sólo siete años más tarde volvió a recuperar el control de su marca, para cederla a continuación a Richemont, que tomó una participación.

 

A pesar de pertenecer a un gran grupo, Azzedine Alaïa continúa trabajando a su manera.