Entorno

‘Lobbies’ en la moda ‘eco’: sumar, integrar y dictar las reglas

Para avanzar hacia la sostenibilidad sólo hay un método: la fórmula Fuenteovejuna. Si quiere ser eco, la moda debe dar un vuelco a todo el sistema.

Silvia Riera

11 jul 2019 - 04:57

‘Lobbies’ en la moda ‘eco’: sumar, integrar y dictar las reglas

 

 

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Sostenibilidad: la última frontera de la moda

 

 

 

La moda sostenible, a fecha de hoy, no existe. Se puede utilizar algodón orgánico, pero no controlar los tintes, al tiempo que se termina transportando las prendas en avión con las correspondientes emisiones de CO2. “Lo bueno es enemigo de lo perfecto”, sentencia con rotundidad, pero también con resignación, un alto cargo de uno de los mayores grupos de distribución del mundo.


La sostenibilidad implica una visión holística, no centrada sólo en las prendas, sino también en las tiendas o en la huella de carbono que emiten los medios de transporte de mercancía. El término, por ahora, es tan inabarcable para cualquier compañía de moda que se ha tejido entorno a ellas una espiral de silencio respecto a sus pasos para evitar llevarse el sambenito de greenwashing, uno de los términos más temidos hoy por la industria, y porque saben también que no van a vender más por ello.


La falta de comunicación no implica, sin embargo, que las piezas de este nuevo rompecabezas industrial no se estén moviendo. La acción transcurre con discreción y lentitud, pero a paso firme, y de la mano. “La colaboración es la nueva innovación”, añade este mismo ejecutivo, de manera también asertiva, pero esta vez sin ápice de vacilación. La única manera de que el sector sea sostenible es que lo sean todos sus actores: si Nike o Adidas no trabajan de esta manera, ninguna otra compañía de moda y material deportivo podrá hacerlo. Si no hay lobby, no hay nada: no hay inversión, no hay avance y no hay precios.

 

 

 


La moda es el único sector que ha sido capaz de aglutinar a sus grandes figuras para avanzar en esta dirección y crear en torno a la sostenibilidad grupos de trabajo y de presión para dar un giro de 180 grados a un sistema que empieza a ver rasgarse sus costuras.


El reto es de tal magnitud que una sola organización resulta insuficiente. De ahí que, con el tiempo, haya surgido una para soliviantar cada uno de los puntos negros del sistema. Así, Canopy se puso en marcha en 2000 para proteger bosques milenarios de la tala indiscriminada para sustraer celulosa; Textil Exchange arrancó poco después para promover el algodón procedente de cultivos sostenibles, y, más adelante, surgió la plataforma Better Cotton Initiative para dar soporte a pequeños agricultores que quedaban fuera del mercado global de esta materia prima.


También a principios de siglo los agricultores de algodón orgánico habían dado un paso al frente creando el distintivo Gots para reivindicar una manera de hacer respetuosa con el medio en detrimento de los transgénicos, la última cota de la industrialización del campo. La semilla de esta nueva era estaba echada y más adelante surgió la Sustainable Apparel Coalition en busca de la fórmula científica de la sostenibilidad.

 


 

 


La colaboración, la nueva innovación 

La crítica al actual sistema de la moda es contundente. “Desde hace varios años, la industria textil habla del cambio, pero por el momento nada ha cambiado”, sostiene Gema Gómez, de la organización Slow Fashion, convertida hoy en consultoría especializada en sostenibilidad y showroom de moda sostenible. La emprendedora, una de las pioneras en denunciar el actual sistema de la moda es pesimista ante el futuro: “no creo que el actual modelo evolucione a no ser que haya un giro brutal en el mercado, pero el mercado es perezoso y el fast fashion es muy fácil”.


Gómez, que lidera también en España la organización Fashion Revolution (defensora de los derechos laborales de los trabajadores), rechaza por completo la idea de que el cambio lo propiciarán las grandes corporaciones reunidas en grupos de presión de inmensas magnitudes. “Continúan trabajando con economías de escala utilizando de manera masiva recursos naturales y no veo, por ahora, que esto vaya a cambiar, sobre todo porque las nuevas economías emergentes que ahora se incorporan al mercado de consumo copian los hábitos de los mercados maduros”, explica la experta.

 

 

 

 

Gómez considera que el consumo tenderá a diversificarse y entrarán con fuerza nuevos modelos vinculados al alquiler y a la venta de segunda mano, “hasta el punto de que el consumidor sólo compre aquello que realmente tenga un sentido para él”.


De hecho, la moda calificada como sostenible no ha tenido, ni de lejos, un camino de rosas. Muchos de sus pioneros han pasado por graves dificultades o han terminado echando el cierre. Una de las primeras en bajar la persiana fue la neoyorkina Suno en 2016, pese a comercializarse en Net-a-porter y Neiman Marcus, y vestir a celebridades como Michelle Obama, Beyoncé o Taylor Swift, entre otras.


Otro estandarte de este movimiento ha sido Edun, fundada en 2004 por el vocalista de U2 y su esposa. LVMH adquirió el 49% de su capital en 2009, pero a mediados de 2018 decidió desinvertir de ella, en parte ante unas abultadas pérdidas que ascendían entonces a 86,4 millones de dólares. En España, dos proyectos en esta misma línea, Hence y We don’t kill animals, terminaron también echando el cierre.


No ha sido un trayecto fácil ni para las históricas. Patagonia, autora de aquella declaración de intenciones Don’t buy this jaquet, estuvo también en la lista negra de Greenpeace junto a The North Face, Columbia o Mammut, entre las empresas que utilizaban compuestos tóxicos para impermeabilizar sus prendas. Sin embargo, en paralelo han ido apareciendo otras compañías menos ambiciosas a la hora de defender la bandera de la moda eco, vinculando el concepto sostenibilidad con un puñado de buenas prácticas.

 

 

 

 

Modelos como Stella McCartney, Everlane, Reformation o Eileen Fisher avanzan casi en solitario intentando casar los aún elevados costes de las fibras sostenibles y una producción alejada del low cost con su cuenta de resultados.


Todas ellas están involucradas en más de un lobby en los que comparten espacio con gigantes de la distribución. Desde la Sustainable Apparel Coalition (SAC) a Canopy o Textile Exchange, todas ellas, igual que sus competidores de más de mil millones de dólares de facturación saben que si se quieren mover piezas en el actual sistema hay que hacerlo todos juntos.


“Las empresas trabajan juntas para desarrollar programas que frenen el daño ambiental y promuevan el bien social y este escenario implica muchos esfuerzos de colaboración a gran escala”, explica la presidenta en funciones de la SAC, Amina Razvi, quien añade que “las organizaciones más grandes pueden escalar la sostenibilidad a nivel mundial y convertirla en la nueva norma de la industria, pero todos los actores tienen un papel importante que desempeñar para mejorar el rendimiento de la sostenibilidad”.


Las compañías más pequeñas tienen más oportunidades y poder de lo que a veces piensan porque pueden adaptar y adoptar prácticas responsables más rápidamente que algunas de las grandes”, sostiene Razvi, quien apunta que las empresas grandes y pequeñas, “trabajando juntas, pueden ayudar a influir en un mercado más amplio”. “A todas las empresas les interesa, independientemente de su tamaño o modelo de negocio, empezar a moverse en esta dirección”, afirma.


 

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