Entorno

2018, el año en que Occidente volvió a mirarse en el espejo de Lehman Brothers

Cuando se cumplen diez años de la quiebra de Lehman Brothers, que dio el pistoletazo de salida a la crisis financiera global, los economistas se preguntan si el mundo está preparado para evitar un nuevo colapso.  La respuesta, en palabras del economista jefe del FMI, es poco tranquilizadora.

Iria P. Gestal

19 dic 2018 - 04:44

2018, el año en que Occidente volvió a mirarse en el espejo de Lehman Brothers

 

 

Hace diez años que el mundo entendió el concepto de too big to fall. En 2007, Lehman Brothers era uno de los cuatro principales bancos de inversión de Estados Unidos, pasaba todos los tests de estrés y otras normativas del muy regulado sector bancario, y apenas cinco meses antes de la quiebra gestionaba activos por valor de 639.000 millones de dólares, casi la mitad del actual Producto Interior Bruto (PIB) de España.

 

Pero se le dejó caer, y lo que vino después (la gran recesión y la crisis del euro) fue un efecto dominó del que Europa apenas comenzó a recuperarse en 2014. Diez años después, los expertos se preguntan si el mundo está preparado para afrontar una nueva recesión.

 

En un artículo publicado el pasado octubre, con motivo de la presentación del último informe de perspectivas con motivo del aniversario de la quiebra de Lehman, Maurice Obstfeld, economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI) explicaba que para evaluar “la gravedad de las amenazas al crecimiento” hay que preguntarse de qué forma responderían los gobiernos si se materializaran los riesgos y se produjera una recesión generalizada. “La respuesta –apuntaba -no es tranquilizadora”.

 

 

 

 

Hemos progresado mucho, pero no lo suficiente; el sistema es más seguro, pero no en la medida justa; el crecimiento ha repuntado, pero no para todos” resumía, por su parte, Christine Lagarde, presidenta de la entidad, en otro artículo con motivo del aniversario de la quiebra de Lehman. “Hoy nos enfrentamos a nuevas fallas, desde el posible repliegue de la regulación financiera hasta las consecuencias de una desigualdad excesiva, el proteccionismo y las políticas aislacionistas, y los crecientes desequilibrios mundiales”, concluía Lagarde.

 

El sistema bancario, germen de la última recesión, es hoy más seguro y estable que hace diez años. Los bancos se han concentrado: en España quedan poco más de una docena de los 55 que había antes de la crisis, y el valor de los activos que gestionan los cinco mayores bancos de Europa y América se ha multiplicado por cinco. 

 

Además, la regulación ha aumentado. En 2007, Lehman no pudo ser rescatado porque era un banco de inversión, no una entidad de crédito que captase depósitos, y por tanto el fondo de garantía de depósitos americano no tenía autoridad para intervenir. Hoy, las autoridades tanto en Estados Unidos como en Europa pueden intervenir cualquier entidad bancaria y se exige a los bancos tener planes de contingencia para gestionar una quiebra de forma ordenada. Pero los expertos insisten que se tratan de recetas para evitar la crisis de hace diez años, motivada por los bonos sintéticos basados en hipotecas basura, pero no para la que vendrá.

 

 

 

 

Además, cuando llegue la nueva desaceleración cogerá al mundo con una deuda mucho más abultada: en el primer trimestre de 2018, la deuda global ascendía a 247 billones de dólares, el equivalente al 318% del PIB mundial. En España, la deuda se ha triplicado desde 2007. Este elevado apalancamiento es consecuencia, en parte, de las políticas monetarias ultraexpansivas que se tomaron para combatir la crisis, con bajadas generalizadas de tipos, QE (quantitative easing, en sus siglas en inglés, o programa de compra de bonos) y el célebre “haré todo lo que sea necesario, y créanme, será suficiente” de Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, en 2012. 

 

En este sentido, la agencia de calificación crediticia Moody’s subrayaba en octubre que, “en general, la cantidad de espacio de maniobra disponible para mitigar el impacto de otra crisis se está reduciendo”, lo que deja a Europa en una posición “vulnerable” cuando llegue la nueva recesión.

 

A este caldo de cultivo se suma, además, el auge de los populismos, otra consecuencia indirecta del cierre de Lehman diez años atrás. La desigualdad resultante de la crisis, de la que una parte de la población no ha terminado de recuperarse, ha motivado la aparición de movimientos proteccionistas en los principales mercados maduros, poniendo otra piedra en las ruedas del crecimiento global.

 

La crisis, coinciden los analistas, está a la vuelta de la esquina, y será la capacidad del mundo de aprender de los errores del pasado y prevenir los futuros lo que determinará si lo que viene será un ligero bache o un nuevo colapso económico global.