Empresa

Dogi, el tejedor catalán que quiso ser un gigante

S. Riera

14 feb 2014 - 04:55

Dogi FábricaDogi fue uno de los gigantes de la industria española del textil. El crecimiento ha pasado factura a la compañía, especializada en la fabricación de tejido elástico, que puso en marcha en 1954 el padre del actual presidente, Josep Domènech. A partir del 2000, el grupo dio los pasos que correspondían en un entorno que exigía a los industriales europeos a ganar cuerpo global para poder competir a partir de 2005 con la producción asiática. Pero los vientos no han soplado a su favor.

 

El tsunami textil con el que China inundó el planeta en esta última década se llevó consigo a la mayoría de operadores de tamaño medio. Y los que sobrevivieron tuvieron que hacer frente, a partir de 2009, a una crisis de consumo que perdura. Las empresas con una tesorería débil, como fue el caso de Dogi, estuvieron expuestas estos años a todo el vaivén de una profunda transformación industrial de calibre global.

 

La empresa textil creció a partir del año 2000 a base de compras. Aquel año, Dogi se hizo con la mexicana Textiles ATA con el objetivo de acercarse al mercado estadounidense. Un año después, el grupo compró a la multinacional Sara Lee cuatro fábricas por 48,6 millones de euros, tres en Asia y una en Europa. Con presencia en tres continentes, la empresa cambió el nombre por Dogi International Fabrics.

 

Era la época del world is flat (el mundo es plano, en inglés), en la que las empresas centraron sus esfuerzos en incrementar su presencia internacional. Y en el caso del textil, la industria buscaba oportunidades en países con costes de producción bajos a la espera de la liberalización del comercio textil. Dogi llegó a tener fábricas en México, Estados Unidos, Alemania, China, Tailandia, Filipinas y Sri Lanka, además de las plantas españolas, ubicadas en las localidades catalanas de El Masnou, Parets del Vallès y Cardedeu.

 

La compra de las plantas de Sara Lee le pasaron factura a Dogi. El coste de la operación debilitó la situación financiera de la compañía, que le llevó a realizar dos ampliaciones de capital y que no logró remontar hasta 2006 con una emisión de obligaciones con la que limpió la deuda y con la que se lanzó a la compra de la americana Elastic Fabrics of America (EFA) por 25,8 millones de euros.

 

El inicio de la aventura internacional de Dogi se acompañó además del traslado de su sede histórica en el centro de El Masnou a un polígono industrial, en el que fue la mayor operación inmobiliaria de esta localidad costera catalana en 2001.

 

Una vez saneada la tesorería, Dogi volvió a pisar el acelerador de la internacionalización. En 2007 y 2008, la empresa emprendió otras dos ampliaciones de capital para nuevas inversiones, entre las cuales, la construcción de una nueva planta en Sri Lanka y su expansión en Asia. En 2008, el grupo cerró la planta de Filipinas y derivó la producción a las fábricas de China y Tailandia.

 

La sobreproducción tuvo sus consecuencias en la planta española. En España, el ajuste de plantilla empezó en 2007. En tan solo un año, la empresa llevó a cabo dos expedientes de regulación de empleo. La plantilla pasó de tener 586 empleados a contar con 343 tras los recortes.

 

También en 2007, la compañía decidió profesionalizar su gestión. Aquel año, el director de operaciones internacionales, Pancho Schröeder, en quien Domènech delegaba las decisiones estratégicas del grupo, abandonó la empresa. Su hermano, Karel Schröeder, procedente de Air Products, se puso al frente de Dogi como nuevo consejero delegado. Era la primera vez que la familia Domènech cedía el cargo de máxima responsabilidad a alguien externo. Karel Schröeder abandonó la empresa tras dos años después. Le sucedió en el cargo Jordi Torras, procedente del grupo textil Torras.

 

A pesar de los cambios en la gestión, la empresa continuó en números rojos. En 2009, la situación era tan tensa que un grupo de accionistas, liderados por Hispánica de Calderería, amenazaron con tomar la dirección de la textil a través de la compra de títulos en bolsa. Poco después del incidente, la empresa solicitó concurso voluntario de acreedores y se suspendió su cotización. Fue el inicio de una nueva etapa de desinversiones, reducción del gasto y ajustes de plantilla.

 

Dogi puso a la venta su participación en la filial de Sri Lanka y las plantas de Asia y Estados Unidos, además de concentrar la actividad de las tres plantas catalanas en la de su sede en El Masnou. La plantilla quedó en 238 trabajadores. Dogi se vio obligada a reducir capital y cambió de director general, con la llegada de Ignasi Mestre, con el objetivo de reactivar el área comercial. La empresa logró superar el concurso, gracias sobre todo a un préstamo del Instituto Catalán de Finanzas (ICF) y las ventas de las filiales de Sri Lanka y Tailandia.

 

En 2011, tras una década en números rojos, Dogi volvió a cosechar beneficios, aunque un cúmulo de desafortunadas circunstancias puso de nuevo en tensión la situación financiera. La compañía perdió la filial alemana, Penn Elastic. La empresa, que también estaba en concurso, fue arrebatada por sus socios alemanes. Por otro lado, el Gobierno chino anunció la expropiación de la planta en el país.

 

La caída del consumo y el consecuente descenso de los pedidos entorpecieron aún más la recuperación de la empresa, que vio como única salida la entrada de un socio inversor. Durante más de un año, Dogi buscó socio. Incluso contrató a Deloitte para que le ayudara en el intento y comprometió a la Generalitat de Cataluña con un préstamo participativo en caso de dar con él.

 

Sherpa Capital ha sido quien finalmente ha apostado por Dogi. El fondo inversor, que también acaba de hacerse por la empresa de material óptico Indo, lanzará una OPA sobre la empresa textil. Entre las exigencias de Sherpa hubo una nueva reducción de personal, que dejó la plantilla en 153 trabajadores.  

 

Dogi emprende ahora una nueva etapa. Pilar de la industria española del textil, la empresa se convirtió en gigante con pies de barro. La caída de las ventas y la competencia asiática hicieron insostenible una súper estructura productiva, de la que tan solo permanece la planta en El Masnou y la filial estadounidense. Su delicada tesorería le impidió consolidar el tamaño adquirido obligándole estos últimos años a recular hasta regresar al punto de partida.