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Moda, neones y autómatas: tres horas en la Fundación Prada

Junto al recinto milanés, inaugurado el año pasado, la otra sede de la Fundación Prada se encuentra en el palacio veneciano Ca’Corner della Regina.

I. P. Gestal

14 jul 2016 - 04:47

Moda, neones y autómatas: tres horas en la Fundación Prada

 

A cuatro paradas en metro de la concurrida plaza del Duomo, la Fundación Prada se levanta, casi escondida, en medio de un barrio de Milán sin otra atracción turística que el museo de la firma italiana. Desde la boca de metro más próxima, sólo un cartel, escondido entre señalizaciones de restaurantes chinos, gimnasios y propaganda electoral, indica el recorrido a seguir para llegar a la fundación. De camino, dos enormes vallas publicitarias sobre un descampado señalan por fin al turista que va por buen camino.

 

Al fondo, se divisa una torre dorada que rompe, no tan abruptamente como cabría esperar, con el desolado paisaje, y sobre la puerta de la fundación brillan unas luces blancas de neón. La Fundación es un recinto compuesto por una decena de edificios (siete reformados y dos nuevos) que originalmente fueron concebidos como una destilería, construida en 1910. El objetivo de Rem Koohlaas, quien pilotó el proyecto, fue que la preservación y la construcción de la arquitectura “se confrontaran la una con la otra en un estado de interacción permanente”.

 

Al entrar, un guardia de seguridad interrumpe al visitante en italiano y le indica el camino hasta las taquillas, en caso de que quiera ver las exposiciones. En el edificio principal, una sala con enormes ventanales alberga las obras de Goshka Macuga, una de las muestras permanentes. En el medio, un actor está sentado sobre una plataforma, con cables conectados al cuerpo que distorsionan su voz mientras habla y gesticula como un autómata.

 

 

Los visitantes, en su mayoría italianos de mediana edad, jóvenes estudiantes de diseño y apenas extranjeros, le miran fijamente sin saber si reír o maravillarse. La reacción de los no iniciados en el arte contemporáneo es muy similar a la de asistir a un desfile de Prada. Da la sensación de que el espectador se ha perdido algo; que, o le explican de qué va todo aquello o no entenderá nada.

 

La parte más perturbadora del recorrido llega con la exposición Five Car Stud, que reúne una selección de obras de Kienholz. Tras atravesar varios pasillos, el visitante llega a una sala oscura, con el suelo cubierto de arena, donde, bajo la luz de cuatro coches, se encuentra de repente en medio de una escena atroz, con cuatro figuras de hombres blancos castrando a un quinto, negro. “Esta es de la colección privada de Miuccia”, se oye decir en italiano. 

 

Aunque la creativa ha insistido en repetidas ocasiones que prefiere mantener separados sus intereses en moda y arte, la idea de que lo conceptual prime sobre lo bello está presente en los dos universos de Prada. Por eso, resulta inevitable pensar que, cuando dejen de venderse sus colonias y bolsos de nylon, la firma sobrevivirá tras luces de neón.