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De Antonio Miró a Manuel Piña: qué fue de la quinta de la movida y de los noventa

El concurso de acreedores de la empresa que gestiona la marca Antonio Miró es la última de las crisis de una de las firmas de los años gloriosos del diseño español de autor, de la que sólo unos pocos resisten.

P. Riaño /I. P. Gestal

17 may 2021 - 04:41

De Antonio Miró a Manuel Piña: qué fue de la quinta de la movida y de los noventa

 

Montesinos, Alvarado, Manuel Piña o Sybilla fueron primero. Después llegarían Victorio&Lucchino, Amaya Arzuaga, Lydia Delgado o Hannibal Laguna. La llamada quinta de la movida, correspondiente a los años ochenta, y la generación de los noventa han marcado dos de las décadas más gloriosas del diseño español de autor, en un contexto de ruptura social y de despertar de la creatividad en todos los ámbitos. El concurso de acreedores presentado la semana pasada por la empresa que gestiona la marca Antonio Miró es sólo la última crisis de uno de los grandes del diseño español de estas generaciones, de las que pocos sobreviven.

 

Antonio Miró SL se acogió la semana pasada al concurso de acreedores agobiada por las deudas y la caída de ingresos provocada por la pérdida de un gran acuerdo de licencia con Tendam y por la crisis del Covid-19. Pero lo cierto es que hace años que el diseñador español decidió desvincularse de esta compañía (aunque sigue controlando un 30% del capital; el otro 70% está en manos de Andrea Arquero), una decisión que tomó cuando la empresa se convirtió en una mera gestora de licencias.

 

El diseñador catalán, que vivió su época de mayor esplendor en los años noventa (su marca se fundó en 1986), es uno de los máximos exponentes de la generación de los noventa, de la que también forman parte Lydia Delgado, Victorio & Lucchino, Amaya Arzuaga, Armand Basi, Hannibal Laguna y Roberto Verino.

 

Este último es, precisamente, el que ha logrado construir una empresa de mayor tamaño pese al envite de las crisis y de la competencia creciente de grandes grupos nacionales e internacionales. Nacido en Ourense en 1945, Roberto Verino (cuyo nombre real es Roberto Mariño) se puso al frente del negocio familiar tras estudiar Bellas Artes en París. En 1982, lanzó la primera colección bajo su nombre.

 

 

 

Con Dora Casal (ex directiva de Adolfo Domínguez) al frente de la gestión, Roberto Verino ha logrado resistir a la crisis del Covid-19 e, incluso, siguió abriendo tiendas en 2020. A finales del año pasado, Roberto Verino contaba con 170 puntos de venta, un 20% de ellos en el extranjero, con México como principal mercado. Con sede central en San Cibrao das Viñas (Ourense), la firma contaba con una facturación de alrededor de 30 millones de euros antes de la pandemia.

 

Verino fue, junto con Gene Cabaleiro, Florentino o Adolfo Domínguez, uno de los representantes de la generación de oro de la moda gallega, que de la mano del publicista Luis Carballo desfilaron en París y Barcelona e incluso lanzaron su propia revista, Galicia Moda.

 

Domínguez y Verino, junto a otros como Roberto Torretta o Ángel Schlesser (controlada hoy por Óscar Areces), fueron también los representantes en España del estilo que avanzaba ya la siguiente década, el de líneas simples y minimalista con el que Giorgio Armani estaba construyendo un imperio en Italia.

 

Las licencias fueron para muchos de ellos la principal fuente de ingresos, igual que lo fueron durante años para el dúo sevillano Victorio&Lucchino, que protagonizó una de las mayores crisis en el sector en la pasada década. Igual que Antonio Miró, Victorio&Lucchino es hoy sólo una gestora de licencias, con acuerdos activos para segmentos como la perfumería con grupos como Puig.

 

 

 

 

En marzo de 2019, el Juzgado Mercantil número 1 de Sevilla dictó auto de conclusión del concurso de V&L Costura Diseño y Moda, la compañía controlada por los creativos Víctor Rodríguez Caro y José Luis Medina del Corral. El auto del juzgado sevillano ponía fin a un tortuoso camino de la firma, que en 2013 presentó concurso después de que un acreedor se lo instara.

 

Antes de llegar a los juzgados, la marca vivió en 2009 un embargo a favor del Estado sobre un local de la calle Sierpes de Sevilla para hacer frente a una deuda de 1,2 millones de euros, al que le siguió otro en 2012 por parte de la Tesorería General de la Seguridad Social sobre un piso en la calle Boteros de Sevilla. En el concurso, los diseñadores, que culparon a la crisis de su situación económica, fueron declarados culpables.

 

Cuatro años lleva ya alejada de la industria de la moda la burgalesa Amaya Arzuaga, que en 2017 anunció su retirada del sector para dedicarse a la empresa familiar, del sector de la hostelería. La diseñadora, que comenzó su trayectoria en el sector en 1994, eliminó su estructura industrial y redujo su red de distribución antes de echar el cierre.

 

Primera mujer galardonada con el Premio Nacional de Diseño de Moda (en 2013), Arzuaga vio languidecer su empresa durante la crisis financiera, a la que reaccionó con un proceso de reestructuración industrial que, sin embargo, no fue suficiente. A finales de 2011, Amaya Arzuaga echó finalmente el cierre a su fábrica de Lerma (Burgos), tras haber ejecutado varios expedientes de regulación de empleo (ERE).

 

 

 

 

Lydia Delgado, Hannibal Laguna y Armand Basi siguen hoy con su actividad, aunque con mucha menos notoriedad y negocio que en los años noventa. Delgado consigue mantener su tienda propia de la calle Séneca de Barcelona y sigue lanzando colecciones, al calor de la exposición pública que le ha dado su hija, la influencer Miranda Makaroff.

 

Con un negocio centrado en la costura, Hannibal Laguna mantiene su actividad mediante las licencias y en productos como mascarillas, gafas o fragancias, mientras la firma Armand Basi sigue operando formando parte de la cartera de marcas de Basi Group, su propietario.

 

La quinta de la movida

Corrían los años ochenta cuando una joven Agatha Ruiz de la Prada organizaba lo que hoy se conocería como un encuentro afterwork en los que reunía a los modernos de Madrid. Cuatro décadas después, Agatha Ruiz de la Prada es una de las pocas que ha logrado crear un negocio basado en diseño de autor en España habiendo comenzado en la época de la movida, en la que también destacaron firmas como Manuel Piña, hoy desaparecida.

 

Con desfiles en pasarelas de todo el mundo como punta de lanza, la empresa de la diseñadora explota un gran negocio de licencias que, antes del Covid-19, se valoraba en alrededor de 300 millones de euros. El imaginario de la creativa se mueve por el mundo estampado en artículos para el hogar, papelería, cascos de moto, vajillas o azulejos, que generan los royalties que constituyen el negocio de la compañía.

 

 

 

 

La solidez del negocio de Agatha Ruiz de la Prada se ha traducido en la incorporación de los hijos de la creativa, Cósima y Tristán, a la compañía. Mientras la primera se prepara desde hace años para ocupar el espacio de la fundadora, el segundo se hace cargo de la gestión de la empresa.

 

Adolfo Domínguez es otro de los creativos de los ochenta que ha ejecutado ya el relevo generacional y, como compañía cotizada, una de las pocas firmas españolas de diseño de autor completamente profesionalizada. Aunque la empresa de Domínguez tuvo desde su fundación mimbres industriales (algo de lo que carecen la mayoría de marcas de autor), la empresa ha experimentado durante los últimos años un proceso de reestructuración en busca de un tamaño que se ajuste a su producto y, sobre todo, al mercado.

 

Liderada hoy por Adriana Domínguez (que ha tomado el relevo de su padre como consejera delegada), la empresa finalizó el ejercicio 2020 con una cifra de negocio de 66 millones de euros, con una caída del 42,6% en relación al año anterior. El Covid-19 impactó también en el resultado de la empresa, con unas pérdidas de 19,3 millones, frente a los 8,3 millones de euros negativos de 2019.

 

La caída de Sybilla en 2019 (tras varios intentos de la mano de diferentes socios) puso fin a toda una etapa del diseño de moda en España. La diseñadora sobresalió en una primera oleada de diseñadores españoles de moda que llegaron a atraer la atención internacional, como Antonio Miró, Agatha Ruiz de la Prada, Jesús del Pozo, Adolfo Domínguez o Roberto Verino. Sybilla fue la única en apostar por crear una marca de lujo con un componente de diseño muy identitario, sin entrar en el negocio de las licencias ni en proyectos de retail para cubrir el segmento medio del mercado.

 

 

 

 

Después de un periodo largo de silencio, en 2016 la creativa decidió regresar después de haber puesto en marcha un proyecto de tejidos sostenibles en colaboración con iniciativas sociales en países asiáticos. El regreso supuso cerrar el concurso de acreedores que tenía en marcha desde 2009 la sociedad Programas Exteriores, propietaria de las marcas Sybilla y de Jocomomola, y de la que habían sido socios Martín Varsavsky y Miguel Salís, fundadores de Jazztel.

 

Para su segunda etapa, la diseñadora hizo borrón y cuenta nueva. Sybilla echó a andar apoyándose en el eco que quedaba aún de su nombre a través de un proyecto de apertura de pop ups, que volvió a situarla en la primera plana de ciudades como París, Nueva York, Los Ángeles o Miami. Los elevados costes de la empresa y la dificultad para cumplir los tiempos del plan de viabilidad que firmó con los acreedores para salir del último concurso abocaron el nuevo proyecto de Sybilla al cierre en 2019.

 

Una de las marcas de diseñador que logró reinventarse con más éxito (aunque también terminó cerrando) fue Jesús del Pozo. Tras el fallecimiento del diseñador, en 2011, la empresa pasó a marcos de su licenciatario de perfumería, Perfumes y Diseño, quien emprendió un proceso de rebranding de la mano de Ainhoa García en la dirección general y Josep Font en la dirección creativa.

 

La empresa cambió su nombre a Delpozo, volvió a desfilar y abrió tiendas en las capitales del mundo, pero los números nunca terminaron de acompañar y Perfumes y Diseño ni siquiera llegó a lanzar un perfume con la nueva firma, que hubiera sido el camino natural para exprimir toda la inversión realizada.

 

 

 

 

La salida de Font en 2018 (García ya había salido en 2015) fue el principio del fin. Perfumes y Diseño sustituyó a Font por Lutz Huelle y fichó a Pablo Badía como director general. Con el nuevo equipo, el grupo estuvo a punto de firmar la venta de la marca a un grupo industrial italiano, pero la operación no prosperó y Delpozo no ha vuelto a lanzar una colección.

 

Lejos queda ya el desfile que Francis Montesinos organizó en 1985 en la plaza de toros de Las Ventas para presentar su colección primavera-verano de 29186 al que asistieron más de mil personas y que supuso una inversión de más de 16 millones de pesetas. Con un negocio basado hoy únicamente en las licencias, la empresa del creativo desapareció en la crisis financiera.

 

En 2015, la empresa Made in Montesinos, que gestionaba la marca y las licencias del diseñador, presentó concurso de acreedores en el Juzgado Mercantil número 1 de Valencia, que aprobó la solicitud del concurso y su conclusión por inexistencia de bienes. El creativo valenciano entró en los juzgados nueve meses después de haber cerrado su única tienda, en Valencia.

 

A través de la sociedad Arte Povera Valencia 2004, la marca Francis Montesinos sigue hoy viva gracias a acuerdos de licencias para productos como calzado, fiesta, comunión, accesorios para el teléfono móvil, pequeña marroquinería, ropa de hogar o muebles, con compañías como Nico Boco, Penhalta, Marla, Finger 360, Bep o Paduana.