Back Stage

Adriana Domínguez, tablas de artista con visión de empresaria

Formada en las mejores escuelas europeas pero sencilla; intelectual pero aterrizada; jefa pero todoterreno: dicen quienes le conocen que son estos equilibrios los que hacen a Adriana Domínguez el perfil perfecto para liderar la compañía familiar. 

I. P. Gestal / P. Riaño

9 oct 2018 - 04:57

Adriana Domínguez, tablas de artista con visión de empresaria.

 

 

Dicen en San Cibrao das Viñas que Adriana Domínguez González (Ourense, 1976) era la persona perfecta para liderar Adolfo Domínguez. La primogénita del diseñador se educó, igual que sus hermanas, en las mejores escuelas europeas y habla cinco idiomas, pero es su ecléctica formación la que le ha dado una sensibilidad única para pilotar la empresa que fundó su padre.

 

Artista y humanista (trabajó como actriz y tiene un máster en Pensamiento), Adriana Domínguez es también una empresaria formada en Icade y seria en la gestión. Quienes la conocen coinciden en que es brillante y visionaria, pero con los pies en la tierra. “Es la gran heredera de su padre intelectualmente, aunque tiene más sentido del negocio que él”, recuerda una ex empleada.

 

Su estrategia y su equipo son un reflejo de ese balance entre la creatividad y el negocio que aplauden los colaboradores de la compañía. Si su padre es el visionario artista que enseña la fábrica a la prensa mientras critica a los anteriores gestores, ella cede en la presentación de resultados el papel protagonista a su número dos, de perfil técnico, y evita nombrar responsables de la situación del grupo. “El padre es más difícil, ella no es altiva”, precisa otra fuente.

 

 

 

 

En cuanto asumió la dirección general, a la que llegó tras 17 años de experiencia en el grupo, Domínguez inició una ronda de contactos con los trabajadores que todavía continúa y que la plantilla ya vio como un síntoma de cambio. Trabajó primero en una sala “muy googleliana”, recuerda un colaborador, para pasar después a un despacho acristalado. Hoy, su mesa está integrada en el área de diseño, y “es muy raro que esté encerrada en un despacho”.

 

Como jefa es organizada y decidida, con la responsabilidad y la presión de devolver a la rentabilidad a una empresa que, aunque cotiza, es también la compañía familiar. “Cuando tiene algo claro mueve Roma con Santiago para que se consiga, pero antes de tomar una decisión importante siempre habla con especialistas y se apoya mucho en su número dos”, recuerda otra persona cercana.

 

Entra a trabajar a las ocho y, aunque es muy tecnológica, busca sus espacios de reflexión fuera de la fábrica para leer y hacer deporte. Su vida, dicen, es sencilla, y vive desde hace años con su marido, José María Agulló, presidente de Makro en España, y con su hijo pequeño en una aldea orensana.

 

 

 

 

En las entrevistas, Adriana Domínguez siempre asegura que tomó las riendas de la empresa por responsabilidad, aunque hace años que tenía claro hacia dónde quería llevar la compañía familiar y lo expresa de forma nítida en cada comparecencia pública o interna. “Las largas y exclusivas intervenciones de Adolfo Domínguez ya son pasado”, recordaban asistentes a la última Junta General de Accionistas, en la que Domínguez dio una “amena exposición de una hora sin mirar el papel”.

 

Dicen que entiende a su padre, el primer accionista y alma de la compañía, y ella asegura que él se deja convencer, pero insiste siempre que tiene ocasión en que no fue el apellido quien le llevó a la dirección, sino el consejo. Su nombramiento ha sido más que un soplo de aire fresco en la sede de Adolfo Domínguez: ha logrado ya comenzar a revertir las cuentas, aunque con un ERE de por medio, y ha devuelto la paz a San Cibrao das Viñas.

 

Su reto pasa ahora por culminar su plan, terminar de darle vuelta a los resultados y volver a hacer atractiva la marca, que tiene casi su misma edad, para que el grupo que lleva su apellido llegue también a la tercera generación de los Domínguez.