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Isidor Boix (CCOO): “Si los trabajadores chinos cobrasen más, quizás los de aquí tendrían más pedidos”

El representante sindical se ha retirado de la primera línea como secretario de acción sindical internacional de Comisiones Obreras, desde donde coordinaba el Acuerdo Marco con Inditex.

S. Riera

27 feb 2017 - 04:44

 

Isidor Boix es referente en España del sindicalismo global. El representante sindical, hasta ahora secretario de acción sindical internacional de Comisiones Obreras (CCOO), ha dedicado su vida a la lucha por los derechos laborales. En su última etapa, Boix se ha volcado en la industria textil y en los trabajadores de los principales países productores. Parte de esta misión la ha desarrollado como coordinador del Acuerdo Marco con Inditex, del que fue uno de sus instigadores.

 

Pregunta: ¿Se imaginaba de joven esta trayectoria?

Respuesta: Nunca se piensa que se puede interceder en la vida de alguien que está tan lejos.

 

P.: Entró en la industria textil después de un largo bagaje en otros sectores. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido de este?

R.: Todos los sectores tienen problemas muy similares en el fondo. En todos hay empresas a la vanguardia en aspectos de relaciones laborales y otras que llevan este tema muy mal. Pero lo que más me sorprendió de la confección en países emergentes es que, en una labor tan feminizada, de repente, en Brasil, Argentina o el norte de la India, son hombres quienes lo realizan.

 

P.: Pero sin duda se encontró con condiciones laborales que aquí ya no existen…

R.: Evidentemente, todo esto estaba previsto, sabía con lo que iba a encontrarme, aunque nunca es lo mismo en la teoría que en la práctica. Otra de las cosas que más me sorprendió fue en la India, por ejemplo, donde los vestidos de las mujeres son de colores muy vivos. Esta alegría contrasta con la pobreza. Y cuando entras en una fábrica, todo aquel colorido contrasta con lo que en el fondo es miseria y condiciones de vida muy difíciles.

 

 

P.: ¿Se lucha lo suficiente para mejorar las condiciones laborales en economías en desarrollo?

R.: También en Occidente hay historias de miseria, y las hemos vivido muy de cerca: en los talleres chinos de Mataró, por ejemplo, o en Prato, en Italia. La distancia entre aquí y allí se reduce. La imagen de los talleres textiles de Mataró no era distinta a la de otros países.

 

P.: ¿Considera que los salarios en las economías emergentes son insuficientes?

R.: Si los trasladamos aquí, sí. No creo que la solución sea apoyar una subida salarial, sino darles herramientas para que defiendan sus derechos laborales, entre ellos, la mejora salarial. Ahora en Bangladesh, hay grandes grupos de moda que han boicoteado un evento del sector como apoyo a los trabajadores que fueron detenidos durante unas huelgas en diciembre. En España, por ejemplo, para que se ponga fin a una huelga de esta manera, tenemos que remontarnos al Franquismo.

 

P.: ¿Qué puede aportar el sindicalismo de Occidente a los trabajadores de los países emergentes?

R.: Lo principal es la defensa de los derechos y lo que el mundo puede globalizar de manera inmediata sería precisamente los derechos. Pero estos no se otorgan, son las propias sociedades las que los tienen que generar. Y aquí es donde empieza la solidaridad internacional.

 

 

P.: ¿Consiste la solidaridad en enseñarles a defender los derechos?

R.: La solidaridad no es ir a resolver problemas concretos, como subir los salarios, sino darles el instrumento, enseñarles el derecho a huelga, por ejemplo.

 

P.: Parece fácil…

R.: Poner sobre el papel la solidaridad es fácil, pero llevarla a la práctica es muy difícil. Hoy hay una parte de los obreros en Occidente que vota a partidos de la ultra derecha y xenófobos.

 

P.: Son los llamados perdedores de la globalización, precisamente. Aquellos que sienten que su puesto de trabajo se lo ha arrebatado alguien de Asia…

R.: Y esto es un gran error. Ahora hay una antiglobalización contestataria. El sindicalismo de los países más desarrollados debe ejercer la solidaridad porque es necesaria para ellos. La solidaridad global no es necesaria sólo para el que la recibe, sino también para quien la practica. Este es un problema viejo del sindicalismo, ya pasaba en el siglo XIX, con los trabajadores de una fábrica y los de la fábrica de al lado.

 

P.: ¿Y cómo les convencemos?

R.: Su enemigo no es el trabajador del sudeste asiático que hace lo que él hacía antes. Recuerdo que, en 2003, en una asamblea en las fábricas textiles de Galicia en las que explicábamos nuestra labor internacional, una de las trabajadoras dijo que no deberíamos olvidarnos de los problemas de aquí. Se levantó entonces otra de las trabajadoras y le respondió que si los trabajadores chinos cobrasen más quizás ellos tendrían más pedidos. Y es así. Hay que hablar del trabajo decente del mundo en su conjunto, no sólo de España.

 

 

P.: ¿Es partidario de la globalización comercial?

R.: Es la única forma para que la economía mundial se recupere y avance. El objetivo de China no es sólo el ser la fábrica del mundo, también es ser el mercado del mundo.

 

P.: Siempre ha sido crítico al boicot de los productos made in China o Bangladesh, ¿por qué?

R.: Dejar de comprar a estos países no ayuda a sus trabajadores. Una vez, en Myanmar, un representante sindical del país me comentaba que era importante que los grandes grupos fueran a comprarles, que después ya arreglarían lo de los salarios.

 

P.: De todas las acciones que ha realizado en este sector en los últimos años, ¿cuál es de la que se siente más orgulloso?

R.: Quizás el incidente en la fábrica Topy Top, en Perú, que trabajaba para Inditex. Estaba entonces en el país, no por el textil, sino por un tema de Repsol. Y mientras trataba con los sindicatos de allí pasaron unos trabajadores de aquella factoría. Como era español, me explicaron que aquel proveedor de Inditex había despedido a unos noventa trabajadores en los últimos meses por haber intentado organizar un sindicato.

 

 

P.: ¿Y qué hizo al respecto?

R.: Desde allí hice un resumen de aquello y lo envié a la sección sindical de las fábricas de Inditex en Galicia. Y la respuesta fue realmente sorprendente. Los trabajadores de Galicia se movilizaron y me llamaron de Inditex diciendo que les había empapelado sus fábricas. Y gracias a aquella acción, el incidente en Topy Top se arregló enseguida y hubo un gran eco en la prensa peruana sobre cómo se había resulto. Aquel resultado me impactó.

 

P.: La tragedia del Rana Plaza supuso un antes y un después en muchos aspectos. ¿Qué supuso para usted?

R.: Fue la constatación de algo que no era la primera vez que ocurría. Ya había pasado unos años atrás, aunque con menos personas fallecidas, claro. Aquel drama fue un estímulo para la actividad sindical y, poco después, conseguimos el acuerdo con más de 200 marcas para revisar la seguridad de las fábricas de Bangladesh. Fue muy complicado, pero lo hicimos.

 

P.: ¿Ha cambiado la mentalidad de los empresarios desde la década de los setenta hasta hoy?

R.: Todavía queda mucho por hacer. Siguen habiendo fábricas que parecen del siglo XIX, empresas no declaradas y talleres clandestinos. En la moda, hemos colaborado con Inditex, con Mango y con El Corte Inglés, pero las conversaciones con Desigual, Mayoral o Adolfo Domínguez no han prosperado. El Acuerdo Marco con Inditex tardó cinco años en cerrarse y tardó porque no lo tenía claro.

 

P.: ¿Y la de las organizaciones sindicales?

 R.: Hay épocas de euforia en el ejercicio de los derechos y otras épocas de horas bajas. Hoy en día, en España, los sindicatos pesamos menos que antes de la crisis. Continuamos teniendo implantación en todo el país, pero la desarticulación de la negociación colectiva ha causado retrocesos importantes.